Es justamente porque no existe ya ningún enemigo amenazante, solamente algunos adversarios en el Tercer Mundo, que hay que mantener el esfuerzo armamentista. El mundo sigue siendo peligroso. Y, ahora está claro, la estabilidad no está asegurada. Los intereses norteamericanos no están garantizados. La interdependencia ha aumentado. Las consecuencias de una inestabilidad regional pueden ser globales. No es momento para poner en peligro la capacidad de Norteamérica de proteger sus intereses vitales.»
Se trata del proyecto mesiánico de los illuminatis fundadores de Norteamérica. El momento ha llegado para expandir “Su Ley” por el resto del mundo. Por cierto, en el sello de Estados Unidos, que aparece en los billetes de un dólar, se puede leer la divisa «NOVO ORDO SECLORUM. El secretario de Defensa Dick Cheney animó a George H. W. Bush, que le parecía demasiado vacilante, a ir más lejos. Estados Unidos debía aprovechar que los soviéticos abandonaban la carrera armamentista y establecer su propio dominio único sobre el resto del mundo.
Los actuales principios estratégicos de Estados Unidos no son por tanto una respuesta a los atentados de 2001 sino el fruto de una reflexión que comenzó con la administración de Bush padre para «aprovechar oportunidades» abiertas por la desaparición de la Unión Soviética. El rechazo hacia la ONU y el derecho internacional, las coaliciones ad hoc, la acción preventiva contra los nuevos peligros, etc. no son reacciones pasajeras ante el impacto de los atentados sino una estrategia de dominación imperial madurada durante largo tiempo.
Hay tres aspectos adicionales a ese objetivo: Primeramente, EE.UU. debe dar prueba del liderazgo necesario para establecer y garantizar un nuevo orden mundial capaz de convencer a los competidores potenciales de que no deben aspirar a un papel regional más importante ni adoptar una postura más agresiva para defender sus intereses legítimos. En segundo lugar, en las zonas de no-defensa, debemos representar los intereses de los países industrializados lo suficiente como para disuadirlos de competir con nuestro liderazgo o de tratar de invertir el orden político y económico establecido